miércoles, 14 de septiembre de 2016

A corto plazo.

Durante los últimos años, las últimas décadas, mi vida ha trascurrido en un continuo donde pasado y futuro convierten el presente en una transición que deja pocas oportunidades a la sorpresa. Hasta tal punto que me he vuelto alérgico a ésta. No me gustan las sorpresas, seguramente porque la mayor de las veces, se han mostrado más negativas que positivas respecto a mi expectativa. Debo ser excesivamente optimista y confiado.
Uno se esfuerza tanto en ser serio y fiable que el pasado condiciona cualquier acción presente y por tanto, al ser tan previsible, el entorno (tanto amigo como enemigo) moldea tu comportamiento y restringe tu libre albedrío, limitando la senda de tu futuro. Es lo que llaman ser formal y consecuente.
Parece normal que al cumplir años la vida te encauce por el ramal más aburrido posible de tu propia existencia. Desde la administración hasta tu propio ámbito se asume que tu porvenir es predecible y casi tan inapelable como la caja de pino.
No me apetece para nada agotarme en recorrer esta estéril y desierta estepa que agosta las ilusiones y acaba matando de hastío. Necesito desbordarme, salirme del cauce y remontar la corriente tomando afluentes que olvidé a mi paso, beber de sus fuentes y dejarme llevar nuevamente, conocer inéditos rápidos y remansos, sentirme capaz de afrontar finalmente la cascada que me ha de convertir en rugido y espuma, en fuerza y nube.
Un día no tiene porqué ser tan parecido al siguiente y la vida misma no tiene porqué ser un manido flujo de aconteceres tan pronosticables que se pretenden inevitables. Es más; algún día nos apagarán la luz y, a fuerza de buscarle sentido a la vida, todo dejará de tener sentido.

Voy a intentar virar y, aunque sea de bolina, tomar un nuevo rumbo que permita un enfoque menos trillado que aporte nuevas oportunidades y diluya mi temor a la sorpresa. Siento que debo hacerlo y de forma urgente, a corto plazo.

martes, 13 de septiembre de 2016

A mi amigo Paco

Entiendo el estado de desespero que a veces traslucen las opiniones de mi amigo Paco. No es que yo esté de acuerdo o en desacuerdo con sus ideas. Difícilmente estoy totalmente de acuerdo o desacuerdo con algo, ya que mi estómago, mi corazón y mi cabeza opinan a menudo de forma distinta o cuanto menos con matices diversos. Mi manifiesta incapacidad de estar totalmente a favor o en contra de un solo juicio enfatiza en mi pensamiento el valor del dialogo.
Tanto más lejos estoy de la defensa de un idioma cuanto más sus valedores lo desean imponer. La lengua, el idioma, el diálogo tienen en mi opinión, una sola finalidad. Entenderse con los demás. Forma parte de este entendimiento la comunicación de convicciones e ideas, pero la quiebra del propósito del lenguaje es convertirlo en arma, imposición y ofensa.
Me refugio a menudo en la simple meditación y me doy cuenta de que no preciso del lenguaje para ello. Es frecuente que mis reflexiones tampoco me aporten claros resultados ni unívocas conclusiones. No obstante, especulo que la (o las) crisis de mi amigo Paco son resultado de la frustrante evidencia de que mucha gente no es todo el mundo. Y cuando algunos forman parte de mucha gente, éstos tienden a creer que su opinión es general, cierta, absoluta y compartida por todo el mundo.
Si se abandona la duda y se descuida el dialogo, se pierde el respeto por aquellos que no comparten la propia convicción. Es sorprendente la cantidad de personas que abanderan el respeto a la diversidad étnica o racial o de género, o de orientación sexual, y pierden el “oremus” ante la diversidad de opinión.
Mucha gente no es todo el mundo ni tiene porque ser la mayoría. Personalmente no creo en las mayorías salvo en los conceptos más básicos, aquellos más ligados a nuestra hipófisis, a nuestra base reptiliana y hormonal. La inteligencia produce diversidad. Aunque sea en intensidad, en gradación, en tono o aspecto, entorno a una misma idea debe existir la diversidad ligada al propio razonamiento.
No obstante, es una insensatez ignorar el malestar mostrado de forma diáfana y repetitiva por mucha gente. No les doy la razón, ni se la niego (no soy yo quién para ello, entre otras razones). Pero cuando algunos de tus amigos muestran su desazón, es conveniente atenderlos  y dialogar para hallar un acuerdo que evite su molestia. Llegar a un acuerdo es tan solo estar de acuerdo en que la solución pactada es la mejor dentro de las posibles. O como dicen de la democracia, el menos malo de los remedios.
Cuando se sustituye el propio pensamiento por la consigna, cuando se renuncia al malestar de la duda y la autocrítica, cuando se abandona el diálogo por miedo a estar equivocado en algo o en alguno de los razonamientos que sustentan tu convicción, a tener que ceder en algo de la propia posición para llegar a un acuerdo, el peligro de convertirse en un elemento de masa es inminente. Si el ser humano se convierte en masa, ocurren las peores catástrofes. La bestialidad suplanta, aunque sea temporalmente, a la humanidad.

Mi amigo Paco es un humanista y la bestialidad le repugna y le escandaliza. Mi amigo Paco es alérgico a la intolerancia. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Con el culo al aire.

Sigo muy asiduamente los avances de la física teórica en busca del entendimiento de las reglas que rigen nuestro universo, así como los vaivenes en la comprensión de campos y partículas subatómicas. En mi humilde opinión de neófito, el primer proceso “progresa adecuadamente” en el buen sentido en un campo ilimitado. El segundo experimenta una hiper-inflación de posibilidades en un campo infinito. Ambos están íntimamente relacionados y sujetos a la misma realidad. Cualquier avance es relevante, pero un descubrimiento brillante es la rareza que salpica una extensa y árida espera que conforma nuestro tiempo, nuestra vida.

Se me ocurre a menudo la pregunta retórica de qué pasaría si no se descubriera nada más. Sin duda, se detendría progresivamente el avance tecnológico resultante del progreso en el conocimiento científico. No sería nada catastrófico. El “gap” entre el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico es notable y consumir esta diferencia costaría décadas, sino siglos. Estoy pensando en máquinas cuánticas y aplicaciones de campos y bosones de Higgs… Un parón en los avances científicos generarían un cambio (a mi entender a peor) en el futuro de la humanidad. Preocupante sería la situación de sabios y pensadores, creadores de teorías y científicos dedicados a demostrar sus virtudes y defectos. Se quedarían con el culo al aire.
Entonces qué ocurre si un estado deja de avanzar en el campo legislativo y se queda sin gobierno. El País no deja de funcionar. Sus instituciones operativas procesan y resuelven de forma automatizada la misma información. Los ciudadanos no quedan exentos de ninguna de sus obligaciones, no están menos vigilados, no se les perdona una sola distracción. El País funciona perfectamente con el piloto automático y sigue sirviendo eficazmente a los mismos dueños, a los mismos intereses. Demostrado quedó con la experiencia Belga que tras más de 500 días sin gobierno nada había cambiado ni a mejor ni a peor. Preocupante es la situación de políticos e instituciones políticas cuya irrelevancia queda patente en el presente periodo. Un par de leyes al año (presupuesto y techo de gasto en esta ocasión) no justifican a mi entender, mantener a esta jauría de chupones, ineptos, embaucadores y parásitos envueltos en una nube de chorizos, siervos, voceros y meretrices cuyo único objetivo es la prevalencia de sus prerrogativas y el mantenimiento de sus sillones. Están, a mi entender, con el culo al aire.