viernes, 2 de junio de 2023

El daño está hecho.

 Parece que ha habido una debacle electoral en España. O por lo menos, eso dicen los medios. La prioridad al estamento político esconde el daño que durante los últimos cuatro años el gobierno ha infligido a estructuras de estado, instituciones, sociedad civil y a cada uno de los ciudadanos que habita nuestro país. Los titulares son para políticos y partidos que han ganado, perdido o participado con desigual fortuna en esta confrontación electoral de tipo regional y municipal. 

Todo el mundo habla; nadie escucha.
Si alguien escuchara, oiría las tropas afilando sus cuchillos, los caballos relinchando nerviosos esperando ser montados por fieros guerreros, sus líderes, que los llevarán al matadero de las trincheras. Algún que otro burro bramando para hacerse oír entre tanto barullo y queriendo destacar participando en el combate convocado a destiempo por el mayor de los perdedores de la última refriega.

La convocatoria de elecciones anticipadas es la mejor estrategia para no dejar tiempo para la reflexión, para esconder culpabilidades y para desenfocar el resultado obtenido por la amalgama de partidos presentes o soportes de un gobierno que no ha podido acabar su legislatura. Aquí nadie pasa cuentas. Unos dimiten, otros dan un paso al lado, otros convocan nuevas elecciones, la mayoría se oculta, pero nadie pasa cuentas y asume culpas frente a los administrados ni frente a la ley. En política, mentir, malgastar, traicionar y engañar es gratis por mucho dolor y daño que produzca.

Nadie quiere hacer, en estas condiciones, balance de daños de los últimos cuatro años, pero los daños están ahí. Permanecerán y no podrán ser borrados por mucho tiempo. Algunos habrán cambiado irremisiblemente la realidad social de nuestro país. También ha habido frutos útiles y provechosos, a qué negarlo. Pero el balance es desastroso, sea cual sea el punto de vista y la ideología desde la que se mire. La separación de poderes es una entelequia. El descrédito y la politización de estamentos e instituciones que deberían ser garantía de ecuanimidad y estabilidad ha dado al traste con una configuración que ha proporcionado, con sus altibajos, la referencia necesaria para que la sociedad pudiera evolucionar.

Hoy grupos de todo pelaje se permiten enfrentamientos con cualquier ley, con cualquier cuerpo que conforman la estructura legal que nos hemos dado como sociedad y como estado. Por una u otra razón el gobierno no ha querido o no ha podido reconducir la voluntad destructiva de estos desafíos. Bien al contrario, algunas veces, un descompuesto gobierno multicolor ha defendido posiciones contrarias y ha incitado la rivalidad entre grupos que deberían haberse sentido amparadas por una justicia integradora. Ello ha producido rupturas dentro de la sociedad que permanecerán por mucho tiempo y desgarros hasta en las propias familias creando separaciones irreparables por lo irracional de su motivación.

Las dinámicas destructivas han anidado en grupos disgregadores de la sociedad española y auguran futuros conflictos regionales cuya desactivación resultará complicada sino imposible.

Lejos de conceder un tiempo de reflexión que permitiera a la sociedad atemperar la radicalidad y el enfrentamiento, transfiriendo nuestras decisiones del corazón y el estómago al cerebro y consideración, entramos irreflexivamente en un nuevo periodo de exaltación ideológica y enardecimiento de desafíos y hostilidades de todos contra todos.

Restañar heridas, recoser desgarros y calmar la congestión quedará postergado a tiempos futuros y, al calor de la campaña desatada, se profundizarán los desacuerdos y se enquistarán los fanatismos y extremismos. Vienen tiempos difíciles.

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