Parece que ha habido una debacle electoral en España. O por lo menos, eso dicen los medios. La prioridad al estamento político esconde el daño que durante los últimos cuatro años el gobierno ha infligido a estructuras de estado, instituciones, sociedad civil y a cada uno de los ciudadanos que habita nuestro país. Los titulares son para políticos y partidos que han ganado, perdido o participado con desigual fortuna en esta confrontación electoral de tipo regional y municipal.
Todo el mundo
habla; nadie escucha.
Si alguien escuchara, oiría las tropas afilando sus cuchillos, los caballos
relinchando nerviosos esperando ser montados por fieros guerreros, sus líderes,
que los llevarán al matadero de las trincheras. Algún que otro burro bramando
para hacerse oír entre tanto barullo y queriendo destacar participando en el
combate convocado a destiempo por el mayor de los perdedores de la última
refriega.
La convocatoria de elecciones
anticipadas es la mejor estrategia para no dejar tiempo para la reflexión, para
esconder culpabilidades y para desenfocar el resultado obtenido por la amalgama
de partidos presentes o soportes de un gobierno que no ha podido acabar su
legislatura. Aquí nadie pasa cuentas. Unos dimiten, otros dan un paso al lado, otros convocan nuevas elecciones, la mayoría se oculta, pero nadie pasa cuentas y asume culpas frente a los administrados ni frente a la ley. En política, mentir, malgastar, traicionar y engañar es gratis por mucho dolor y daño que produzca.
Nadie quiere hacer, en
estas condiciones, balance de daños de los últimos cuatro años, pero los daños
están ahí. Permanecerán y no podrán ser borrados por mucho tiempo. Algunos
habrán cambiado irremisiblemente la realidad social de nuestro país. También ha
habido frutos útiles y provechosos, a qué negarlo. Pero el balance es
desastroso, sea cual sea el punto de vista y la ideología desde la que se mire. La separación de poderes es una entelequia. El descrédito y la politización de estamentos e instituciones que deberían ser
garantía de ecuanimidad y estabilidad ha dado al traste con una configuración que ha
proporcionado, con sus altibajos, la referencia necesaria para que la sociedad
pudiera evolucionar.
Hoy grupos de todo pelaje
se permiten enfrentamientos con cualquier ley, con cualquier cuerpo que
conforman la estructura legal que nos hemos dado como sociedad y como estado.
Por una u otra razón el gobierno no ha querido o no ha podido reconducir la
voluntad destructiva de estos desafíos. Bien al contrario, algunas veces, un
descompuesto gobierno multicolor ha defendido posiciones contrarias y ha
incitado la rivalidad entre grupos que deberían haberse sentido amparadas por
una justicia integradora. Ello ha producido rupturas dentro de la sociedad que
permanecerán por mucho tiempo y desgarros hasta en las propias familias creando
separaciones irreparables por lo irracional de su motivación.
Las dinámicas destructivas
han anidado en grupos disgregadores de la sociedad española y auguran futuros
conflictos regionales cuya desactivación resultará complicada sino imposible.
Lejos de conceder un tiempo
de reflexión que permitiera a la sociedad atemperar la radicalidad y el
enfrentamiento, transfiriendo nuestras decisiones del corazón y el estómago al cerebro y consideración, entramos irreflexivamente en un nuevo periodo de exaltación ideológica
y enardecimiento de desafíos y hostilidades de todos contra todos.
Restañar heridas, recoser
desgarros y calmar la congestión quedará postergado a tiempos futuros y, al
calor de la campaña desatada, se profundizarán los desacuerdos y se enquistarán
los fanatismos y extremismos. Vienen tiempos difíciles.
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