Democracia
Hay campos del pensamiento que
uno poco o nunca se arriesga a remover. Hoy la esencia del sentido democrático
está en entredicho, no solo en España. En toda Europa ha habido durante estos últimos años, muestras inequívocas de la debilidad del sentido democrático y pone
en duda las desmesuradas muestras de la inquebrantable convicción de nuestros
pueblos y, especialmente, de sus dirigentes.
Hemos convertido la fuerza de la
mayoría en el súmmum y el ideal de la gobernanza. Lo mismo que las guerras se
ganan a base de tener mayores fuerzas armadas que el enemigo, hoy en día, la mayoría impulsa a una fuerza política a los mandos de una comunidad. Cuanta
más gente apoya una fuerza política, con mayor empuje (e impunidad) podrán
imponer sus ideas al resto de la sociedad.
La democracia sigue siendo una
resultante de la cantidad, no de la calidad. Los actuales ganadores dentro de un
sistema, poco o nada van a cambiarlo. Por eso es tan infrecuente el cambio de
leyes electorales, cuando son manifiestamente mejorables. Así, la democracia es
un sistema que tampoco contiene en si misma las herramientas de una evolución
positiva. Sino más bien al contrario, hay muestras más que sobradas de
tendencias dictatoriales insertas en los gobiernos a todos los niveles. En
Ayuntamientos, Regiones, Estados e instituciones supra nacionales tienden a
mostrar su faceta más despótica cuando intentan imponer el modelo de la mayoría
“democrática” a la sociedad entera a la que deberían servir.
Por desgracia el impulso
democrático es en esencia el estímulo para formar parte de los que pueden
imponer sus ideales a aquellos que piensan de forma distinta a uno mismo. Por
ello la euforia mostrada por parte de aquellos que ganan unas elecciones. Todos
creen que sus ideales son los buenos, y los de los otros no tanto o muy a
menudo, simplemente malos.
Como en las batallas, la promesa
de resultar vencedor es el mayor estímulo posible para los participantes al
enfrentamiento. La ventaja indudable de la democracia es que los
enfrentamientos se producen a base de votar y no disparar. ¡Es una virtud
destacable!
A pesar de ello los resultados
para la sociedad mantienen los defectos de
siempre. Los vencedores imponen una retórica, una historia, unas verdades
indiscutibles unos conceptos políticamente correctos o incorrectos, según el
caso. Se olvida que toda su fuerza está basada en la cantidad y ello no debería
suponer cualidades indiscutibles de su esencia ideológica. Pero por ello
compiten, por ello rivalizan y se enfrentan; para ganar. Y el vencedor, manda.
Como siempre.
La pantomima del sistema
parlamentario se traduce en un juego mercantilista de favores cuando no de
chantajes directos camuflados en supuestos intereses de unos administrados
determinados. La peor característica de este sistema es su ineficacia y su coste. Los favores
se pagan, y en última instancia el coste se carga a toda la sociedad en su
conjunto o en parte de ella mediante prohibiciones, imposiciones, así como con impuestos generales o directos.
La democracia es cara por su
esencia y su estructura. También por la incorporación de personas cuyo valor es
su afinidad y lealtad política al líder, muy por encima de su valía
profesional, sus conocimientos, su experiencia y habilidades en la gestión del
entorno que debe administrar. Una vez más, la democracia no incorpora
tendencias a la mejora del propio sistema.
El Club de Roma del año
1950, que fue la raíz de lo que hoy llamamos Europa, se fundó para controlar
los mercados del carbón y del acero para evitar nuevas confrontaciones. Europa
se ha querido vestir de federación de estados con un espectacular fracaso
político de desconocidas consecuencias e imprevisible desenlace, tras el
Brexit. Los estados están predispuestos a ceder parte de su poder económico (a
la postre, juegan con el dinero de los ciudadanos). No es lo mismo si nos
referimos a su poder político, que anida en el partido ganador de elecciones. A
mi modo de ver es el fracaso cantado de la Europa unida en lo económico (hasta
cierto punto) y desunida tanto en lo político como en lo social.
La ONU fue formada por 51 países
antes del fin de la última guerra mundial con el fin de crear un nuevo
ordenamiento internacional con prevalencia de los valores e intereses de
Occidente. La asamblea general incorpora actualmente 193 estados miembros y se
supone que el gobierno de la mayor organización internacional existente es su
Secretaría General. No obstante, el Consejo de Seguridad de 15 miembros
(formado por 5 miembros fijos con derecho a veto y 10 miembros no permanentes)
es quien tiene poder decisorio e impone sus “resoluciones” al resto de los
miembros de la asamblea. Es de destacar que la República Popular China es uno
de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.
Las grandes organizaciones
mencionadas, adalides del mundo democrático (¡Sic!), son grandes mercados de
intereses y favores. Su complejidad, enorme estructura, desmedida magnitud
económica y opacos vínculos con líquidas entidades de descomunal poder mundial
alejan sin duda los propósitos inicialmente planteados por ellas mismas.
La democracia, no es más que un sistema de
poder cuya base es la multitud (la mayoría), en contraposición con el gobierno
de uno (monarquía / dictadura) y el gobierno de los destacados (aristocracia /
tecnocracia). La famosa frase de Churchill, “la democracia es el menos malo de
los sistemas políticos”, es una de estas verdades impuestas por los vencedores,
al final de la última gran guerra. Curiosamente, Churchill la popularizó antes
de perder las siguientes elecciones a las que se presentó. Los más antiguos
sistemas tribales ya incorporaban de forma básica procedimientos similares a la
democracia. El más fuerte (en cualquier sentido que se le quiera dar) era aquel
que obtenía el favor de la mayor parte de la tribu, e imponía su voluntad (su
gobierno). Hoy en día, con la democracia representativa (la única posible), los
procedimientos se han sofisticado, pero los resultados acaban siendo los
mismos.
El historiador Plutarco,
describió la democracia griega en épocas de Platón y Aristóteles, como una
mezcla de democracia y aristocracia (mujeres, metecos y esclavos quedaban al
margen del sistema participativo). Desde aquellos tiempos ha habido múltiples
interpretaciones del sistema democrático.
En todos ellos, a pesar de las
supuestas democracias participativas, los ciudadanos acaban siendo servidores y
pagadores del sistema. Dado que el que gobierna lo hace gracias al sistema, no
existe voluntad alguna de modificar el propio sistema en favor del ciudadano,
no fuera a favorecer a la competencia. Los últimos intentos de democracia
participativa han sido verdaderos fiascos (Independencias de Escocia, Quebec, Baviera y
Catalunya entre otros, el Brexit, etc.). Los propios Suizos, expertos en el tema, reconocen
que quien escoge la pregunta y como y cuando hacerla, puede condicionar
perfectamente el resultado.
Nuestro sistema electoral no puede considerarse democrático sino partitocrático. Una restringida cúpula de cada partido, desconocida por el público, decide quien va a ir en las listas que se presentan a las elecciones. Muchos (la gran mayoría) de los nombres insertados en dichas listas son desconocidos por quien acaba votando dicha lista por el motivo que fuere. Dado que los mensajes electorales pueden ser (y de hecho son en su mayoría) promesas al aire y brindis al sol, que acabarán no produciendo realidad alguna, se vota básicamente a un partido cuya ideología parece la más próxima al votante o simplemente a su líder por cualquier afinidad. El rebaño es fácil de engañar. Luego, el número de diputados o senadores no será más que eso; un número. Una vez más, nuestra democracia está basada en la cantidad sin filtro alguno respecto a la cualidad del partido vencedor a quien se da un cheque en blanco durante cuatro años sin responsabilidad alguna si se incumplen promesas y programas.
¿A qué juego jugamos? Este
escrito no tiene otro objeto ni motivación que la de rebajar el nivel de
culpabilidad que podemos sentir en el momento de analizar nuestro sentido
democrático. El hecho de votar o decidir no hacerlo debería satisfacer suficientemente nuestros
sentimientos. Si además votamos de forma racional y meditada, mejor que
mejor.
Barcelona 5 de Febrero 2021
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