viernes, 5 de febrero de 2021

Democràcia

 Democracia

Hay campos del pensamiento que uno poco o nunca se arriesga a remover. Hoy la esencia del sentido democrático está en entredicho, no solo en España. En toda Europa ha habido durante estos últimos años, muestras inequívocas de la debilidad del sentido democrático y pone en duda las desmesuradas muestras de la inquebrantable convicción de nuestros pueblos y, especialmente, de sus dirigentes.

Hemos convertido la fuerza de la mayoría en el súmmum y el ideal de la gobernanza. Lo mismo que las guerras se ganan a base de tener mayores fuerzas armadas que el enemigo, hoy en día, la mayoría impulsa a una fuerza política a los mandos de una comunidad. Cuanta más gente apoya una fuerza política, con mayor empuje (e impunidad) podrán imponer sus ideas al resto de la sociedad.

La democracia sigue siendo una resultante de la cantidad, no de la calidad. Los actuales ganadores dentro de un sistema, poco o nada van a cambiarlo. Por eso es tan infrecuente el cambio de leyes electorales, cuando son manifiestamente mejorables. Así, la democracia es un sistema que tampoco contiene en si misma las herramientas de una evolución positiva. Sino más bien al contrario, hay muestras más que sobradas de tendencias dictatoriales insertas en los gobiernos a todos los niveles. En Ayuntamientos, Regiones, Estados e instituciones supra nacionales tienden a mostrar su faceta más despótica cuando intentan imponer el modelo de la mayoría “democrática” a la sociedad entera a la que deberían servir.

Por desgracia el impulso democrático es en esencia el estímulo para formar parte de los que pueden imponer sus ideales a aquellos que piensan de forma distinta a uno mismo. Por ello la euforia mostrada por parte de aquellos que ganan unas elecciones. Todos creen que sus ideales son los buenos, y los de los otros no tanto o muy a menudo, simplemente malos.

Como en las batallas, la promesa de resultar vencedor es el mayor estímulo posible para los participantes al enfrentamiento. La ventaja indudable de la democracia es que los enfrentamientos se producen a base de votar y no disparar. ¡Es una virtud destacable!

A pesar de ello los resultados para la sociedad mantienen los defectos de siempre. Los vencedores imponen una retórica, una historia, unas verdades indiscutibles unos conceptos políticamente correctos o incorrectos, según el caso. Se olvida que toda su fuerza está basada en la cantidad y ello no debería suponer cualidades indiscutibles de su esencia ideológica. Pero por ello compiten, por ello rivalizan y se enfrentan; para ganar. Y el vencedor, manda. Como siempre.

La pantomima del sistema parlamentario se traduce en un juego mercantilista de favores cuando no de chantajes directos camuflados en supuestos intereses de unos administrados determinados. La peor característica de este sistema es su ineficacia y su coste. Los favores se pagan, y en última instancia el coste se carga a toda la sociedad en su conjunto o en parte de ella mediante prohibiciones, imposiciones, así como con impuestos generales o directos.

La democracia es cara por su esencia y su estructura. También por la incorporación de personas cuyo valor es su afinidad y lealtad política al líder, muy por encima de su valía profesional, sus conocimientos, su experiencia y habilidades en la gestión del entorno que debe administrar. Una vez más, la democracia no incorpora tendencias a la mejora del propio sistema.

El Club de Roma del año 1950, que fue la raíz de lo que hoy llamamos Europa, se fundó para controlar los mercados del carbón y del acero para evitar nuevas confrontaciones. Europa se ha querido vestir de federación de estados con un espectacular fracaso político de desconocidas consecuencias e imprevisible desenlace, tras el Brexit. Los estados están predispuestos a ceder parte de su poder económico (a la postre, juegan con el dinero de los ciudadanos). No es lo mismo si nos referimos a su poder político, que anida en el partido ganador de elecciones. A mi modo de ver es el fracaso cantado de la Europa unida en lo económico (hasta cierto punto) y desunida tanto en lo político como en lo social.

La ONU fue formada por 51 países antes del fin de la última guerra mundial con el fin de crear un nuevo ordenamiento internacional con prevalencia de los valores e intereses de Occidente. La asamblea general incorpora actualmente 193 estados miembros y se supone que el gobierno de la mayor organización internacional existente es su Secretaría General. No obstante, el Consejo de Seguridad de 15 miembros (formado por 5 miembros fijos con derecho a veto y 10 miembros no permanentes) es quien tiene poder decisorio e impone sus “resoluciones” al resto de los miembros de la asamblea. Es de destacar que la República Popular China es uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

Las grandes organizaciones mencionadas, adalides del mundo democrático (¡Sic!), son grandes mercados de intereses y favores. Su complejidad, enorme estructura, desmedida magnitud económica y opacos vínculos con líquidas entidades de descomunal poder mundial alejan sin duda los propósitos inicialmente planteados por ellas mismas.

 La democracia, no es más que un sistema de poder cuya base es la multitud (la mayoría), en contraposición con el gobierno de uno (monarquía / dictadura) y el gobierno de los destacados (aristocracia / tecnocracia). La famosa frase de Churchill, “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, es una de estas verdades impuestas por los vencedores, al final de la última gran guerra. Curiosamente, Churchill la popularizó antes de perder las siguientes elecciones a las que se presentó. Los más antiguos sistemas tribales ya incorporaban de forma básica procedimientos similares a la democracia. El más fuerte (en cualquier sentido que se le quiera dar) era aquel que obtenía el favor de la mayor parte de la tribu, e imponía su voluntad (su gobierno). Hoy en día, con la democracia representativa (la única posible), los procedimientos se han sofisticado, pero los resultados acaban siendo los mismos.

El historiador Plutarco, describió la democracia griega en épocas de Platón y Aristóteles, como una mezcla de democracia y aristocracia (mujeres, metecos y esclavos quedaban al margen del sistema participativo). Desde aquellos tiempos ha habido múltiples interpretaciones del sistema democrático.

En todos ellos, a pesar de las supuestas democracias participativas, los ciudadanos acaban siendo servidores y pagadores del sistema. Dado que el que gobierna lo hace gracias al sistema, no existe voluntad alguna de modificar el propio sistema en favor del ciudadano, no fuera a favorecer a la competencia. Los últimos intentos de democracia participativa han sido verdaderos fiascos (Independencias de Escocia, Quebec, Baviera y Catalunya entre otros, el Brexit, etc.). Los propios Suizos, expertos en el tema, reconocen que quien escoge la pregunta y como y cuando hacerla, puede condicionar perfectamente el resultado.

Nuestro sistema electoral no puede considerarse democrático sino partitocrático. Una restringida cúpula de cada partido, desconocida por el público, decide quien va a ir en las listas que se presentan a las elecciones. Muchos (la gran mayoría) de los nombres insertados en dichas listas son desconocidos por quien acaba votando dicha lista por el motivo que fuere. Dado que los mensajes electorales pueden ser (y de hecho son en su mayoría) promesas al aire y brindis al sol, que acabarán no produciendo realidad alguna, se vota básicamente a un partido cuya ideología parece la más próxima al votante o simplemente a su líder por cualquier afinidad. El rebaño es fácil de engañar. Luego, el número de diputados o senadores no será más que eso; un número. Una vez más, nuestra democracia está basada en la cantidad sin filtro alguno respecto a la cualidad del partido vencedor a quien se da un cheque en blanco durante cuatro años sin responsabilidad alguna si se incumplen promesas y programas. 

¿A qué juego jugamos? Este escrito no tiene otro objeto ni motivación que la de rebajar el nivel de culpabilidad que podemos sentir en el momento de analizar nuestro sentido democrático. El hecho de votar o decidir no hacerlo debería satisfacer suficientemente nuestros sentimientos. Si además votamos de forma racional y meditada, mejor que mejor.

Barcelona 5 de Febrero 2021

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