martes, 31 de enero de 2017

Donald Trump

Con Trump, la entrada del elefante en la cacharrería se ha hecho patente. La decisión de vetar la entrada a los ciudadanos de siete países musulmanes (¿por qué no está Arabia Saudí?) y cerrar las puertas a los refugiados mediante una Orden Ejecutiva Presidencial es claramente demostrativo de lo chapucero, arbitrario, insensible e irreflexivo del proceder de este pintor de brocha gorda sin experiencia. Sin la mínima preparación organizativa ni operacional y sin consenso alguno en el propio ámbito político doméstico ni mucho menos internacional, Donald Trump ha hecho sus primeras grandes cagadas. ¿Qué se esperaba de él? 
Interdicciones, pleitos, vetos e inhabilitaciones vendrán a disolver este nuevo terrón de estulticia. (Lo iba a llamar "truño", pero el escrito me parece ya lo bastante escatológico).

A pesar del profundo respeto que merecen los dramas humanos derivados de normas injustas que cualquier administración emite descuidadamente de vez en cuando, el caso Trump pone de manifiesto un hecho incontestable. La gente está harta, hasta las narices. Desorientados por falta de referentes, engañados por la derecha, por la izquierda, por arriba y por abajo, estrujados fiscalmente, empobrecidos social y económicamente, buscamos nuevas formas de protesta hasta la exasperación irracional. Exploramos con total desprecio al riesgo hasta los extremos de uno y otro signo ya que el sistema ha permitido llevar la situación al exceso. Nos han arrastrado al borde del precipicio y nos hemos asomado tantas veces al vacío que le hemos perdido el respeto.

Ahora una miríada de protestas, condenas, declaraciones de altísimas autoridades y campañas de todo pelaje no deberían hacernos olvidar la raíz del problema. A mi juicio, Trump es otro síntoma. El problema es que el sistema que intenta sobrevivir a su propio colapso, seguirá dañando a los ciudadanos del mundo mientras no se encuentre un nuevo rumbo y un nuevo modelo que permitan relanzar al individuo donde moren nuevamente los valores que el actual sistema ha desvirtuado, corrompido y desperdiciado por avaricia, en beneficio de sus dueños.

No lo veo fácil. Se necesitan grandes dosis de inteligencia, trabajo, sensibilidad y pragmatismo durante mucho tiempo para preparar un nuevo entorno que permita generar un proyecto alternativo al sistema actual en descomposición.

La ONU que desde finales de 1.945 ha dilapidado su oportunidad junto con ingentes recursos, ha traicionado su carta fundacional y con ello a la humanidad que pretendía representar. Hoy en día no es más que un elemento más del sistema. Habrá que buscar una nueva ocasión y esperar algunas generaciones más para que, con suerte, surja una nueva organización que tenga su oportunidad. Esperemos que no sea necesario alumbrar tal institución al calor de una nueva confrontación bélica global. Aunque la actual situación de terrorismo universalizado podría muy bien ser la nueva forma de una guerra mundial. Mucho más compleja. Sin frentes, sin tiempos y sin líderes permanentes a los que decapitar.
Einstein comentó repetidamente que no sabía como sería la tercera guerra mundial, pero si existiera una cuarta, volvería a ser a base de palos y piedras.

Cuando algo humano ocurre, a alguien beneficia. Es lamentable que habitualmente beneficia a unos pocos y perjudica a otros muchos. Como dice Hércules Poirot, si encuentras el motivo sabes quién es el asesino. 

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