Hartazgo
No es exasperante, pero harta. Nuestra
civilización avanza, se adapta y va perdiendo el miedo a reconsiderar sus hasta hoy, inmutables malas costumbres. Mientras progresamos en nuestro conocimiento,
vamos rectificando errores atávicos e incorporamos a la razón aquellos conceptos
que han sido falsamente inscritos en nuestras tradiciones, a menudo por desconocimiento, a veces de forma interesada y perversa. A tropezones, con errores y aciertos, a menudo con exageraciones y orgullos mal entendidos y peor proclamados, pero vamos enmendando nuestro comportamiento como seres humanos.
No estoy especialmente orgulloso de mi
sexualidad. Es más, soy consciente que poco o nada tiene que ver con ninguna
voluntad ni esfuerzo que yo haya acometido en mi vida, ni en el entorno
familiar y cultural en el que fui a nacer. La vida y su diversidad son resultantes químicos de la abundancia y la aleatoria.
Entiendo el empeño de afirmación de
todas las tendencias sexuales. En especial aquellas que han sido perseguidas,
repudiadas y rechazadas durante un inmenso periodo de tiempo de obcecado desconocimiento
y también interesado oscurantismo.
En nuestra reciente historia, tenemos
una apetencia pantagruélica por acrónimos y etiquetas. ¿Cuándo acabará esta
farsa de la LGBTQIA? Vamos añadiendo letras a cada necesidad identitaria de tal
manera que lo que pretende cualquier colectivo pasa a ser una amalgama de etiquetas
pegadas a muy dispares identidades. Toda uniformidad se abandona en favor de un
movimiento reivindicativo cuya homogeneidad se reduce a la protesta y la
exigencia.
Formo parte de aquellos que sospechan
que esta amalgama de letras ya solo es útil para la obtención de atenciones,
derechos y prebendas, incluyendo las financieras. Entiendo que la orientación
sexual de cualquiera no es un problema y por tanto no se debe estar buscando
eternamente una solución. Cada uno de nosotros somos personas únicas y no una
ecuación que necesariamente se deba resolver.
Para saber lo que se és, se coge una célula propia, se analizan sus cromosomas y se determina el sexo de la persona examinada. La humanidad sobrevive gracias a que la mayoría de las veces produce seres heterosexuales. Eventualmente, el género nada tiene que ver los que se siente, lo que se quiere o lo que se desea. Pero no perdamos el Norte. Lo que se és, es macho o hembra. Cada célula de nuestro cuerpo es binaria. No hay otra.
¿Tan difícil es vivir sin etiquetas?
Nuestra sociedad está organizada alrededor de una gran convención que llamamos
normalidad. Redefinir, incorporar, rectificar en su caso nuestra normalidad
debería ser suficiente para que cualquier ser humano pudiera desarrollarse y
vivir en plena libertad. Reivindicar la propia diferencia no debe comportar
vivir con una bandera en la mano indefinidamente. Debemos volver a aprender a
vivir discretamente nuestra libre identidad. Sin falsedades ni componendas,
pero sin el exhibicionismo del que hoy hacen gala demasiadas personalidades
arrebujadas en acrónimos excesivamente reverenciados.
Abramos nuestras mentes e incorporemos
cuantas identidades y tendencias puedan surgir de distintas personas con diferentes
necesidades. Intentemos excluir lo mínimo imprescindible para poder seguir
viviendo incrementando nuestra libertad. No pretendamos que la razón de dos sea mayor que la razón de uno. Unamos las razones para formar la razón de razones
de nuestra compleja humanidad. Atendamos las reivindicaciones con criterio y
apertura de miras. Reflexionemos y valoremos sin prejuicios. Seamos también
valientes para moderar aquellas exigencias que no aportan beneficio alguno a la
diversidad y conjunto de nuestra cultura, más que tensiones y desequilibrios. Sin empujones ni algaradas, con voluntad y respeto, seguro que cabremos todos en un mismo plano.
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