domingo, 30 de junio de 2019

Hartazgo

Hartazgo
No es exasperante, pero harta. Nuestra civilización avanza, se adapta y va perdiendo el miedo a reconsiderar sus hasta hoy, inmutables malas costumbres. Mientras progresamos en nuestro conocimiento, vamos rectificando errores atávicos e incorporamos a la razón aquellos conceptos que han sido falsamente inscritos en nuestras tradiciones, a menudo por desconocimiento, a veces de forma interesada y  perversa. A tropezones, con errores y aciertos, a menudo con exageraciones y orgullos mal entendidos y peor proclamados, pero vamos enmendando nuestro comportamiento como seres humanos.
No estoy especialmente orgulloso de mi sexualidad. Es más, soy consciente que poco o nada tiene que ver con ninguna voluntad ni esfuerzo que yo haya acometido en mi vida, ni en el entorno familiar y cultural en el que fui a nacer. La vida y su diversidad son resultantes químicos de la abundancia y la aleatoria.
Entiendo el empeño de afirmación de todas las tendencias sexuales. En especial aquellas que han sido perseguidas, repudiadas y rechazadas durante un inmenso periodo de tiempo de obcecado desconocimiento y también interesado oscurantismo.
En nuestra reciente historia, tenemos una apetencia pantagruélica por acrónimos y etiquetas. ¿Cuándo acabará esta farsa de la LGBTQIA? Vamos añadiendo letras a cada necesidad identitaria de tal manera que lo que pretende cualquier colectivo pasa a ser una amalgama de etiquetas pegadas a muy dispares identidades. Toda uniformidad se abandona en favor de un movimiento reivindicativo cuya homogeneidad se reduce a la protesta y la exigencia.
Formo parte de aquellos que sospechan que esta amalgama de letras ya solo es útil para la obtención de atenciones, derechos y prebendas, incluyendo las financieras. Entiendo que la orientación sexual de cualquiera no es un problema y por tanto no se debe estar buscando eternamente una solución. Cada uno de nosotros somos personas únicas y no una ecuación que necesariamente se deba resolver.
Para saber lo que se és, se coge una célula propia, se analizan sus cromosomas y se determina el sexo de la persona examinada. La humanidad sobrevive gracias a que la mayoría de las veces produce seres heterosexuales. Eventualmente, el género nada tiene que ver los que se siente, lo que se quiere o lo que se desea. Pero no perdamos el Norte. Lo que se és, es macho o hembra. Cada célula de nuestro cuerpo es binaria. No hay otra.
¿Tan difícil es vivir sin etiquetas? Nuestra sociedad está organizada alrededor de una gran convención que llamamos normalidad. Redefinir, incorporar, rectificar en su caso nuestra normalidad debería ser suficiente para que cualquier ser humano pudiera desarrollarse y vivir en plena libertad. Reivindicar la propia diferencia no debe comportar vivir con una bandera en la mano indefinidamente. Debemos volver a aprender a vivir discretamente nuestra libre identidad. Sin falsedades ni componendas, pero sin el exhibicionismo del que hoy hacen gala demasiadas personalidades arrebujadas en acrónimos excesivamente reverenciados.
Abramos nuestras mentes e incorporemos cuantas identidades y tendencias puedan surgir de distintas personas con diferentes necesidades. Intentemos excluir lo mínimo imprescindible para poder seguir viviendo incrementando nuestra libertad. No pretendamos que la razón de dos sea mayor que la razón de uno. Unamos las razones para formar la razón de razones de nuestra compleja humanidad. Atendamos las reivindicaciones con criterio y apertura de miras. Reflexionemos y valoremos sin prejuicios. Seamos también valientes para moderar aquellas exigencias que no aportan beneficio alguno a la diversidad y conjunto de nuestra cultura, más que tensiones y desequilibrios. Sin empujones ni algaradas, con voluntad y respeto, seguro que cabremos todos en un mismo plano.

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