El espejismo del dinero y la insostenibilidad del capitalismo moderno
Origen:
De las vacas y la plata al dinero fiat (fiduciario): cómo la desvinculación del
dólar al patrón oro en 1971 nos condujo a un modelo económico basado en deuda y
empobrecimiento estructural.
Introducción: después del socialismo, ¿qué queda en pie?
En un artículo anterior de esta serie, mostré cómo el socialismo, pese a
sus ideales, no ha sido capaz de ofrecer un modelo sostenible ni de mejorar de
forma consistente la vida de las personas.
Si descartamos esa vía, parece quedar en pie solo el capitalismo, que desde
hace siglos ha demostrado una extraordinaria capacidad de adaptación.
Sin embargo, al analizar su evolución reciente, descubrimos que su aparente
éxito desde 1971 es un espejismo: un bucle insostenible cimentado en la
creación de dinero sin respaldo real.
Los gobiernos gastan más de lo que lo que pueden ingresar, a pesar de estrujar
el bolsillo de los ciudadanos hasta su límite de supervivencia, los bancos
centrales imprimen dinero fiduciario sin límites tangibles, y el resultado
final es el empobrecimiento progresivo de la mayoría social. La factura se
socializa vía pérdida de poder adquisitivo y precariedad.
La moneda.
La historia del dinero comienza con una lógica simple: el valor de una
moneda estaba avalado por el metal precioso que contenía.
Así ocurrió con las primeras monedas acuñadas en el reino de Lidia en el siglo
VII a.C., hechas de electro (aleación de oro y plata). Cuantos más agujeros,
menor valor tenían (menor peso de electro).
Aquellas piezas estandarizaron el comercio al garantizar un valor intrínseco
verificable.
La moneda más antigua que subsiste es la libra esterlina británica, en uso
continuo desde el año 775 d. C. Por aquel entonces, la libra equivalía a un
lingote de una libra de plata, y era una pequeña fortuna, en aquella época. Se
debe destacar que el gobierno británico acuñó la moneda con un 92,5% de plata y
el resto era cobre y otros metales, para “endurecer” la moneda. Cada una de
estas monedas podía ser canjeada por un lingote de una libra (453,6 gramos) de
plata. En el año 928 la libra se adoptó como la moneda oficial en Gran Bretaña,
que el estado respaldaba con el valor de una libra de plata en metales
preciosos en su tesoro nacional. En esa época, con una moneda de una libra se
podían comprar quince vacas: riqueza tangible y verificable.
De la moneda al billete.
Con el tiempo, transportar monedas de metal resultó impráctico, y surgió el
papel moneda. El paso de las monedas al papel moneda se produjo por primera vez en China, donde la
escasez de metal y la facilidad del comercio llevaron a los comerciantes a
emitir pagarés avalados por su patrimonio, y evolucionaron al papel moneda
emitido y avalado por el estado de la dinastía Song (entre el año 618 y el 907
d.C.), conocido como jiaozi.
En Europa, este sistema surgió siglos después, en el siglo XVII en Suecia.
Llevar y comerciar grandes cantidades de monedas de oro y plata resultaba
incómodo, y a medida que la economía crecía, se hizo evidente la necesidad de
una forma de dinero más práctica.
Los bancos comenzaron a emitir billetes de papel a principios del siglo
XIX, pero estos no estaban estandarizados y su fiabilidad solía variar.
A mediados del siglo XIX, Europa y EEUU adoptaron el patrón oro para dar
fiabilidad a la moneda de cada estado: un sistema que garantizaba que cada
billete podía canjearse por una cantidad fija de oro.
El patrón oro: equilibrio y límites
David Hume ya modelizó en 1752 el funcionamiento del patrón oro como un
mecanismo de equilibrio: los déficits comerciales de un país se corregían de
forma automática porque el flujo de oro ajustaba su masa monetaria y, con ella,
los precios y las exportaciones. El sistema tendía al equilibrio.
Este sistema, que alcanzó su esplendor entre 1870 y 1914, ofreció estabilidad y
disciplina fiscal.
Pero las guerras y las crisis del siglo XX llevaron a los gobiernos a imprimir
dinero sin respaldo en sus tesoros nacionales: el nacimiento del dinero fiduciario. Los bancos centrales, presionados por los
gobiernos generaban billetes y los bancos mantenían solo una fracción de los
depósitos en caja y prestaban el resto.
El crédito multiplicaba la masa monetaria mucho más allá del metal
disponible, incluso mas allá del valor del conjunto de la producción de todo el estado.
La estabilidad exigía prudencia y límites. Cuando éstos se relajaban, la
oferta monetaria crecía más rápido que la producción real, alimentando
tensiones inflacionarias.
La teoría cuantitativa del dinero indica que, si la cantidad de dinero crece más deprisa que la producción real, los precios tenderán a subir.
Bretton Woods
Tras la Primera Guerra Mundial y los acuerdos de Bretton Woods (1944), el dólar
estadounidense se convirtió en la divisa de referencia global, quedando vinculado
al oro. Parecía un compromiso sólido… hasta que llegó 1971.
1971: la gran ruptura
Presionado por la Guerra de Vietnam y un déficit comercial creciente,
Richard Nixon anunció la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro.
Fue el punto de no retorno: desde entonces, el dinero dejó de ser un título de
propiedad sobre un bien tangible para convertirse en un simple decreto del
Estado.
Nacía así, en su plenitud, el dinero fiat (fiduciaria): moneda cuyo valor
descansa exclusivamente en la confianza (o la fe) en quien la emite.
Pero esa confianza, como demuestra la teoría cuantitativa del dinero, es frágil
cuando la emisión crece muy por encima de la riqueza real.
Desde 1971, la masa monetaria mundial (M2) se ha multiplicado por cuatro, mientras la economía real no lo ha hecho en la misma proporción.
El resultado: inflación crónica y erosión del salario real.
Las vacas: metáfora del empobrecimiento real.
Volvamos al ejemplo de las vacas, que simbolizan riqueza tangible.
- En el año 928, una libra de plata permitía comprar quince vacas.
- Hoy, esa misma cantidad de plata (453,6 gramos, unos 567 euros) apenas
alcanza para una séptima parte de una vaca, cuyo precio medio ronda los 4.000
euros.
- Es decir, en 1.100 años el precio relativo de lo real ha aumentado más de 100
veces, pero los salarios no lo han hecho en la misma medida.
Hasta 1971, ese equilibrio era razonablemente estable. Desde entonces, los
salarios (la capacidad adquisitiva de la remuneración al trabajo) se han desligado del valor
real, y la deuda ha sustituido al respaldo metálico como base del sistema.
Consecuencias: deuda, salarios y fractura social.
El modelo actual genera dos efectos estructurales:
1. Empobrecimiento salarial. Los ingresos de la mayoría crecen
muy por debajo del coste de vida.
El acceso a la vivienda se complica,
la frustración se extiende entre las generaciones jóvenes, y se multiplican
subsidios y ayudas de los gobiernos para suplir la insuficiencia de salarios y
evitar agitación social. Con ello, los gobiernos necesitan más dinero, que será servilmente impreso por el banco central y se convertirá en deuda. La deuda la deberá pagar la sociedad, los ciudadanos de cada país, no los gobiernos que la han contraido.
2. Sustitución laboral y presión migratoria. Para abaratar costes, se
recurre a trabajadores inmigrantes dispuestos a aceptar salarios bajos en
comparación con su país de origen.
Esto atenúa temporalmente la presión
social, pero no resuelve el desequilibrio estructural. Bien al contrario, cuando estos trabajadores se estabilizan en el país receptor, se agregan a una comunidad frustrada y necesitada de ayudas, subsidios y pensiones que generará nuevo déficit en las arcas del estado.
La innovación y el aumento de la productividad son insuficientes para sostener un capitalismo que genera deuda y manipulación monetaria para sobrevivir.
Un nuevo peligro: la corrupción de las criptomonedas.
El Bitcoin (criptomoneda de referencia) basa su valor en el limite de su cantidad. El algoritmo del Bitcoin establece un límite absoluto: 21 millones de Bitcoins. Nunca podrá haber más. Sometido a los efectos de la oferta y la demanda, su valor se adaptará a las exigencias del mercado. Las actuales criptomonedas tienen en su ADN (su algoritmo) la legitimidad (trazabilidad), su limitación en la cantidad de monedas y la libertad de transacción, ya que sus árbritos son los propios mineros que, enfrentándose al incremento exponencial de los cálculos a realizar para generar cada nueva moneda, deben proteger la integridad del sistema.
No dependen de un Banco central, sino de un algoritmo repartido en la red de una forma difusa en decenas de miles de ordenadores. Sin posibilidad de corromper.
En el momento en el que un Banco Central genere su algoritmo para una moneda digital, a mi entender, no va a seguir las mismas reglas que las actuales criptomonedas. Nadie sabrá los condicionantes que conllevará su obtención, su posesión ni su transmisión. Tal como hicieron los gobiernos con el patrón oro, los países presionarán a sus bancos centrales tanto en la generación como las condiciones de sus monedas digitales. Corromperán el principio de las actuales criptomonedas.
Reflexión final: un modelo condenado
El capitalismo moderno, desvinculado de un anclaje real como el oro, o la
producción real, vive de la ilusión de una riqueza que no existe.
Su aparente éxito desde 1971 se basa en un artificio financiero que, tarde o
temprano, colapsará.
Las democracias avanzadas, paradójicamente, serán las primeras en enfrentarse a
esta realidad.
O se transforman radicalmente los fundamentos del sistema —recuperando algún
tipo de disciplina monetaria, redefiniendo la relación entre salarios,
productividad y valor real— o se hundirán en una crisis de legitimidad social y
política.
Cerrar los ojos no es una opción. La historia nos recuerda que ninguna sociedad
puede sostenerse indefinidamente sobre la deuda y la ilusión. Urge un cambio
estructural profundo.
Lo que me ha llevado a escribir este artículo es la sensación que hoy
recibo de nuestra sociedad. Va a morir, lo sabe y se deja o no lo quiere saber.
La inacción no es una solución. Se deben buscar medidas y modificaciones
significativas en el sistema para que su futuro cambie. Bajo mi punto de vista,
es urgente.